Acompañar en el duelo
Acabamos de vivir la Navidad, unas fechas difíciles para las personas que están en duelo. En esta época, existe una presión generalizada en la sociedad que nos invita a celebrar y quizá es en esta época, donde somos más conscientes de que en la sociedad actual, tendemos a silenciar el dolor. Y es que, no estamos preparados para acoger el sufrimiento y el dolor, esta actitud hace que en numerosas ocasiones, las personas afronten en soledad acontecimientos vitales complejos. Desde Vida y pérdida, creemos necesario promover una mirada más compasiva hacia el dolor y en este mes nos gustaría reflexionar con todos nuestros lectores sobre ello.
Actualmente buscamos el bienestar en el placer inmediato, vivimos cerca de la individualidad y en la creencia de que podemos controlar todo lo que nos acontece. Esto nos vuelve impacientes ante el malestar; y la realidad es que las emociones no se pueden controlar, la emociones se experimentan, y cuando no son agradables como ocurre con la tristeza, el enfado o la culpa, nos cuesta estar presentes, por lo que las evitamos. Existen estudios que nos hablan de las neuronas espejo, que son las encargadas de dar al ser humano la condición de la empatía, porque nos necesitamos unos a otros. Estos estudios nos explican que cuando estamos frente a una persona que se emociona, nos contagiamos de sus emociones de forma natural. Lo que podría ser una ventaja, ya que nos ayuda a comprender, cuando se trata de emociones difíciles conlleva incomodidad y nos recuerda la fragilidad. Entonces para protegernos rechazamos el dolor, provocando sin querer más sufrimiento en personas a las que queremos ayudar y desde el ámbito del profesional, llegando a deshumanizar la atención.
Cuando acompañamos a alguien en duelo o ante una enfermedad, podemos sentir impotencia por no saber cómo acompañar, es importante saber que la persona no necesita buscar soluciones, sino simplemente escucha del otro para que no se sienta solo ante su malestar. No podemos evitar el dolor, pero podemos aliviarlo cuando acompañamos.
Por otro lado, no nos ayuda que nuestra sociedad actual vive con miedo a la muerte, la rechaza y esto no nos permite acoger todo lo que vivimos ante ella. Queremos que pase rápido y volver a conectar con la vida, sin pararnos en el pesar ni dar espacio a elaborar el dolor. La prisa para que la persona restablezca pronto su estado de ánimo, no le ayuda, sino por el contrario, le aísla. No nos han enseñado a “no decir nada” y simplemente abrazar el dolor para calmarlo. Teniendo en cuenta todo lo anterior, podríamos decir que cuando las personas viven una circunstancia difícil, sienten que su malestar puede ser incómodo, lo cual los lleva a disimularlo y fingir. En el duelo lo que necesitamos precisamente es comprensión, compañía y tiempo para elaborar lo que ha supuesto lo ocurrido en nuestra vida, que a veces resulta una ruptura radical con todo.
Desde los profesionales tenemos la responsabilidad de atender de una manera adecuada a las personas, con conocimientos sobre el proceso natural del duelo, sin patologizar las respuestas adaptativas ante acontecimientos vitales difíciles. Las personas que están en un proceso de duelo necesitan que aceptemos la dificultad que naturalmente supone los eventos que experimentan, desde la aceptación e integración de la ruptura que conlleva en la persona, promoviendo una elaboración saludable de circunstancias difíciles como lo son la enfermedad grave, el final de vida o la muerte de familiares, personalizando y validando su experiencia.
Por otro lado, desde el entorno cercano de personas en duelo, tales como amigos o familiares, intentemos aceptar los sentimientos naturales y las reacciones de las personas que atraviesan un duelo agudo, evitando reprimir las emociones o dar consejos. La persona que vive un duelo tiene la capacidad de identificar aquello que no le ayuda, pero necesita ser escuchado por sus seres queridos para compartir su pesar, sus dualidades, sus preguntas, su falta de identificación con el mundo que le rodea, su cambio en la manera de percibir el tiempo, su gran pena que lo inunda todo completamente, su rabia por no poder cambiar lo que ocurre, sentimientos de envidia naturales por un futuro truncado… Muchas contrariedades que la vivencia del duelo trae de la mano.
Desde esta entrada, nos gustaría promover el cuidado y dar espacio a las personas que están viviendo un momento devastador con una enfermedad grave o tras la pérdida de un ser querido, para que podamos entre todos, hacerles algo más fácil la reincorporación a la vida. Sabemos que en muchas ocasiones no sabemos cómo hacerlo, por eso desde el respeto más profundo os animamos a preguntar al otro en los primeros momentos o tiempo después.: ¿hay algo que pueda hacer por ti? O simplemente a ofrecer frases de cercanía: No sé cómo ayudarte, pero quiero que sepas simplemente que estoy a tu lado; Me duele mucho lo que te ha ocurrido…
Ofrecemos algunas pautas sencillas que nos trasladan las personas que participan en nuestros grupos de duelo sobre cómo podemos acompañar:
Con tu presencia y cariño.
Respeta mi silencio y estate a mi lado.
Acoge mi pena, escucha mi dolor, abrázame, llora conmigo.
No me digas “sé fuerte”, lo soy con seguir viviendo.
Necesito mi tiempo para el duelo, no me impongas un ritmo.
No silencies a mi ser querido, me gusta recordarle.
Evita las frases vacías: “El tiempo lo cura todo” “Con lo enfermo que estaba, ha sido lo mejor” “Ya era muy mayor” “Tienes otros hijos” “Eres muy joven, lo superarás”…
Si no sabes qué hacer, ofréceme apoyo práctico.